“Capriccio”. Teatro Real. Del 27 de mayo,
al 14 de junio.
Rompiendo
con la ausencia de ocho años de Richard
Strauss, la nueva producción de la ópera “Capriccio” también también
el estreno en el Teatro Real de
la última ópera del compositor bávaro, con una puesta en escena del celebrado Christof Loy y dirección musical del
experto straussiano Asher Fisch.
Capriccio es la respuesta de Strauss a la pregunta que persigue a la
ópera como forma de arte desde su nacimiento: ¿debe pesar más la música o la
palabra? Del compositor de desgarradoras tragedias como Salomé o Elektra
sorprende descubrir una exquisita comedia que sintetiza todo su lenguaje
musical en un ejercicio de brillantes armonías y texturas.
Música de Richard Strauss (1864-1949)
Libreto de Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original de Stefan Zweig.
Libreto de Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original de Stefan Zweig.
Coproducción Teatro Real con la Opernhaus de Zürich y la Göteborg Opera
Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid).
El argumento de la ópera es el siguiente: El debate histórico alrededor de la importancia relativa que debe tener en la ópera la palabra con respecto a la música constituyó una fuente de fascinación para Richard Strauss durante toda su vida. En “Capriccio” ahonda en el tema valiéndose de un libreto excepcional fruto de una sugerencia de su apreciado Stefan Zweig, quien encontró una breve comedia en la British Library que serviría de inspiración para la que sería la última ópera del compositor alemán; comedia, por cierto, de la que ya se había servido Antonio Salieri. A partir de ella surgió una historia no falta de ironía, protagonizada por una condesa –símbolo del arte– cuyos afectos se encuentran divididos entre dos pretendientes, un poeta y un compositor. Lo cierto es que Strauss puso especial empeño en la inteligibilidad del texto cantado y, a su vez, no escatimó recursos musicales, desplegando una paleta de armonías y texturas incomparables. Capriccio es, sin duda, una síntesis apabullante de todo lo que el músico había logrado hacer mejor en su carrera, algo de lo que él mismo fue consciente: orgulloso de su obra, rehusó la sugerencia de su libretista de embarcarse en un nuevo proyecto. Sencillamente, no vio cómo podría superarse.
El argumento de la ópera es el siguiente: El debate histórico alrededor de la importancia relativa que debe tener en la ópera la palabra con respecto a la música constituyó una fuente de fascinación para Richard Strauss durante toda su vida. En “Capriccio” ahonda en el tema valiéndose de un libreto excepcional fruto de una sugerencia de su apreciado Stefan Zweig, quien encontró una breve comedia en la British Library que serviría de inspiración para la que sería la última ópera del compositor alemán; comedia, por cierto, de la que ya se había servido Antonio Salieri. A partir de ella surgió una historia no falta de ironía, protagonizada por una condesa –símbolo del arte– cuyos afectos se encuentran divididos entre dos pretendientes, un poeta y un compositor. Lo cierto es que Strauss puso especial empeño en la inteligibilidad del texto cantado y, a su vez, no escatimó recursos musicales, desplegando una paleta de armonías y texturas incomparables. Capriccio es, sin duda, una síntesis apabullante de todo lo que el músico había logrado hacer mejor en su carrera, algo de lo que él mismo fue consciente: orgulloso de su obra, rehusó la sugerencia de su libretista de embarcarse en un nuevo proyecto. Sencillamente, no vio cómo podría superarse.
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