“Bacantes. Prelúdio para uma Purga”. Teatros del Canal. Días 18,19 y 20 de enero.
Esta
performance ¡de dos horas de duración!, está, de algún
modo, inspirada en la obra teatral Las
bacantes, la tragedia griega de Eurípides que inspira Bacantes-Prelúdio para uma Purga.
Lo que importa, en realidad, es saber que la obra clásica toma su título de las
adoradoras de Baco, el dios del vino, y que en consecuencia todo adquiere aquí
el frenesí de una bacanal desbocada a medio camino entre el carnaval más carnal
y la fiesta más demoledora, con ritmos que van del blues a la samba, de las
cadencias latinas a las africanas.
En
una explosión escénica para una docena de trompetistas y varios bailarines,
Marlene Monteiro, la más prometedora y salvaje creadora de Cabo Verde, revisa
las diferencias entre lo apolíneo/racional y lo dionisiaco/visceral para
intentar crear una catarsis telúrica en el alma de cada espectador.
Los
que vieron su frenético unipersonal Guintche,
que supuso su debut la temporada pasada en esta misma casa, pueden hacerse una
idea de hasta dónde puede llegar cuando se plantea un trabajo de gran formato
esta coreógrafa de los extremos hoy radicada en Portugal, que combina su
aprendizaje sobre la vanguardia en la prestigiosa escuela P.A.R.T.S. de
Bruselas y su paso por el ya desaparecido Gulbenkian portugués sin renunciar a
sus vivencias de la cultura popular de Cabo Verde. Numerosas han sido sus
colaboraciones con artistas de la talla de Tânia Carvalho o Boris Charmatz,
siendo relevante la más reciente, con 18 bailarines de la Batsheva Dance
Company de Israel, que dirige Ohad Naharin, para los que ha montado su
revulsiva Canine Jaunâtre 3. Las propuestas de Monteiro pueden producir
fascinación o rechazo. Pero lo que está garantizado es que indiferente no sale
nadie de la sala. Pura catarsis, podría decirse. Ha recibido el León de Oro
2018 en la Bienal de Venecia, junto a Meg Stuart, también programada en esta
temporada de Teatros del Canal.
Con
números excesivamente repetitivos y obsesivos, una puesta en escena
increíblemente sorprendente, unos números “coreográficos” robóticos y el sexo
como tema central, este espectáculo inclasificable nos ha dejado –cómo decirlo-
inermes. Nos hemos revuelto en nuestra butaca cantidad de veces, hemos reído y
hemos abierto la boca con estupor y, en ocasiones, asco. Nos hemos cansado de
reír porque ya no le hemos encontrado la gracia y hemos comenzado a intentar
ver ideas –no necesariamente nuevas. Hemos descubierto lo que la creadora ha
querido transmitir, pero, al final de la obra, nos hemos dado cuenta con gran
decepción y absolutamente shockeados de
que no lo ha conseguido. Demasiado esfuerzo para un resultado pobre: el show se queda en pura imagen
provocativa, como tantísimas obras de arte contemporáneo…
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