martes, 7 de febrero de 2012

“La última cinta de Krapp”. Hasta el primero de abril. Teatro de la Puerta Estrecha, de Madrid.

Krapp, un hombre cuya vida está mediada por sus propias grabaciones. Un diálogo de un hombre consigo mismo, o con sus yos pasados. En su cumpleaños, su último cumpleaños, el viejo Krapp se sienta con su magnetófono, su diccionario y sus plátanos y escucha su propio pasado contado por una voz más joven, a veces con placer, a veces con confusión, irritación o desesperación.
Beckett tiende a lo esencial. La última cinta de Krapp se torna horadante y cada vez más aguzada para penetrar más y más en las capas estratificadas de lo real y llegar a la única verdad que a Beckett le interesa: la verdad sobre la condición humana. No por medio de la verdad intelectual, sino por la verdad sensible. Lo sorprendente es que ese caminar hacia las profundidades no se traduce sino en visiones tenazmente concretas. Esas visiones, esa voz, las reconocemos en nosotros mismos, están mezcladas con nosotros, hombres y mujeres de aquí y de ahora y no perdidas en alguna cómoda abstracción.

“La cinta magnetofónica -dice Beckett- es un truco maravilloso. Resulta raro que no se le haya ocurrido a nadie antes… siendo, sin embargo tan sencillo”. Dicho truco le permite a Beckett un juego del recuerdo y del tiempo; juego teatral donde el espectador está a la vez en la sala y en el escenario.
Tanto en sus novelas, como en sus obras, Beckett centró su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que, en última instancia, redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo, experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo. Su influencia en dramaturgos posteriores fue tan notable, como el impacto de su prosa.

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