“Salvator Rosa o el artista”. Teatro
María Guerrero. Hasta el 5 de abril.
Esta divertida y rica en barrocos
diálogos obra de Francisco Nieva presenta dos metáforas cuya temática continúa
vigente en la actualidad.
La primera de ellas es fruto
del espacio y del tiempo, donde el autor sitúa la trama en la ciudad de Nápoles
en torno a 1640 y donde muestra que el concepto de “indignados” ha estado
siempre muy presente.
La segunda metáfora
representa el choque de dos concepciones artísticas: el realismo y la ficción
poética. Para ello, utiliza personajes de siglos pasados que reflexionan como
actores del presente.
La obra se presenta como
los textos del Siglo de Oro, con mucho barroquismo verbal y formal y también en
relación a su principal tema: el amor de una joven con un célebre pintor de la
época de Rivera. Pero, en el fondo, se trata de una sátira sobre el poder.
“Este
texto de Nieva es lengua y lenguaje, ya que une la belleza del idioma a la
acción de un teatro de siempre, con el aliciente de presentarnos dos metáforas
que no han perdido un ápice de actualidad con el paso del tiempo.
Una es
fruto del propio espacio y tiempo donde el autor sitúa la trama: la ciudad de
Nápoles en torno a 1640, relatada de manera excelente por el Duque de Rivas en
un capítulo de su obra que lleva por título “Sublevación de Nápoles,
capitaneada por Masanielo”, en
donde apreciamos cómo el concepto de "indignados" está muy presente
en el discurrir histórico de los pueblos.
El otro
tema, de no menor actualidad, lo representa el choque de dos concepciones
artísticas que siempre han estado confrontándose de muy diversas maneras a lo
largo de la Historia del Arte. Por un lado los seguidores del llamado realismo
y, por otro, los de la ficción poética”, según el escritor Guillermo
Heras.
Sin embargo, decir que la construcción dramática del texto es un
tanto farragosa y que, en realidad, confunde más que aclara porque no sabemos
si habla del amor o del poder o de ambas cosas o del amor como arma de poder.
En este sentido, Nieva se deja llevar por su maestría en el lenguaje y en el
dibujo de unos personajes ciertamente interesantes, en perjuicio de un
argumento claro y conciso.
Con todo, el montaje está bien dirigido e interpretado, adornado
con una escenografía fantástica (por buena).