“Otello”.
Teatro Real. Hasta el 3 de octubre.
El amor de Desdemona por Otello se
considera arte de magia, sin embargo el amor de Otello por
Desdemona se considera como lo más lógico del mundo: Desdemona es tan refinada,
tan blanca y tan aristocrática que cualquiera comprende que Otello no pueda
menos que amarla. Se aman, pero la
diferencia direccional del amor de ambos es innegable. Y es sobre
estas diferencias que un personaje resentido y diabólico, el alférez Iago,
acabará logrando tejer su venganza contra el general Otello por no haberlo
ascendido a capitán, como esperaba. La venganza necesita de un resorte mínimo,
porque en esencia consiste en hacer creer a Otello lo que ya cree todo el
mundo: que no es posible que una dama así se pueda haber enamorado de alguien
como él. Así que pese a que Otello tiene un alma noble y Desdemona está
realmente enamorada de él, pese a que Cassio es leal e intachable, la
insinuación de Iago da sus frutos y Otello realmente cree que Desdemona le engaña.
El conflicto de Otello es interior y
tiene un nombre: inseguridad, que es lo que a tantos hombres ha
llevado a cometer las mayores atrocidades. Otello nos coloca ante uno de
los miedos más inconfesables del ser humano: no
sentirse merecedor de lo que más se ama.
¿Qué lleva a Otello a creerse traicionado
por Desdémona, una esposa que nunca ha dejado de amarlo? William
Shakespeare capturó de manera genial el poder demoledor de
la inseguridad. Lo hizo otorgando al gran guerrero unos rasgos raciales
insólitos en su entorno, que actúan como una suerte de poderoso
talón de Aquiles. Sin embargo, el Otello que
concibe el director de escena David Alden –como ya sucede en el
libreto que Arrigo Boito escribió para Giuseppe Verdi– sitúa el objeto de
conflicto menos en el aspecto físico del moro de Venecia y más en los
intricados laberintos psicológicos en que se pierde. Acosado por los
celos, Otello asiste impotente a la desintegración de sus propios
ideales y se ahoga en la obsesión por encontrar pruebas de una traición
conyugal consumada únicamente en su mente. El guerrero sanguinario
engulle al hombre de paz y le aboca a la destrucción de su entorno y a la
suya propia. Bajo su sombra, Iago, uno de los villanos más venenosos
de la historia, espolea con un certero sentido de la oportunidad los
fantasmas de su señor. Perdiendo la dignidad, los papeles y
el juicio, Otello nos enfrenta a uno de los
miedos más inconfesables del ser humano: no sentirse merecedor de lo
que más se ama.
En este montaje, la acción se traslada al
siglo XIX. Este Otello no es moro, sino blanco. El único escenario bien podría
ser los soportales de una plaza de cualquier ciudad europea, no sólo Venecia.
La interpretación del barítono que encarna a Iago es un tanto hierática. No
obstante todo lo dicho, la producción es buena, si queremos, un tanto recia,
pero compensada por la calidad de los cantantes, en especial, los barítonos,
que le otorgan esa intensidad dramática que el texto y la música requieren.
En definitiva, una buena producción para
la apertura de la nueva temporada del Real, que realmente promete…