“La calma mágica”. Teatro María Guerrero. Hasta el 10 de
noviembre.
Oliver es un hombre que quiere cambiar de vida.
Durante una entrevista de trabajo su futura jefa le ofrece
probar unos hongos alucinógenos. Oliver comienza a ver que en el futuro se
quedará dormido delante del ordenador y que un cliente le grabará con el móvil
dando cabezadas. Oliver querrá que el cliente borre ese vídeo del móvil y el
cliente no querrá. De la lucha de dos cabezones nace esta historia de búsqueda
de la dignidad y del sentido de la vida.
Un viaje iniciático que nos va a llevar a África, a los
elefantes rosas, al amor, a la obsesión, a los allanamientos de morada, a las
escopetas de caza, al alcohol, a la traición, a los sueños robados y a los
manantiales de los que surge el agua de la vida.
La calma mágica está dedicada a mi padre, al deseo de poder
volver a hablar con él, y al rechazo de que las personas se vayan para siempre.
También al placer de recordar historias como ésta: Cuando mi padre vivió en
Tejas se hizo amigo de una pareja de rancheros que habían perdido a un hijo
recientemente. El chico tenía más o menos la misma edad de mi padre y se le
parecía muchísimo. Se le parecía tanto que los rancheros le hicieron la
siguiente oferta: Si se quedaba a vivir con ellos, le dejarían el rancho en
herencia.
Creo que a mis personajes les pasa lo mismo que al personaje de
Mishima y "a medida que transcurre
el tiempo, los sueños y la realidad llegan a tener el mismo valor entre los
recuerdos. Todo lo que ha sucedido en la realidad se mezcla con lo que pudo
suceder. Y, como la realidad deja rápidamente el espacio a los sueños, el
pasado se parece cada vez más al futuro".