viernes, 26 de octubre de 2012

Danza



“Lo real/Le rèel/The real”. Teatro Real. Del 12, al 22 de diciembre. 

ISRael Galván sigue dando cuerpo a sus obsesiones, perturbaciones que nacen, se reproducen y mueren. Una y otra vez: la vida, el sexo y la muerte centran su trabajo. Si en “El final de este estado de cosas” partía de unas escrituras y una figuras, el “Apocalipsis” de Juan de Patmos, para deletrearlas con su paseo imaginario y simbólico, ahora, trabaja a partir de una serie de acontecimientos reales: la persecución y el exterminio de los gitanos por los nazis, pero también la fascinación de estos mismos nazis con la música y el baile de los flamencos.  Un acontecimiento anuda términos tan contradictorios: en la película de Leni Riefenstahl Tiefland (1943) Tierras bajas basado en la obra nacionalista de Ángel Guimerá Terra baixa-, donde actuaba también como bailaora flamenca, utilizó como extras a gitanos centroeuropeos de un campo de concentración próximo, la mayoría de los cuales serían asesinados en las cámaras de gas nazis.


ISRael Galván explora una historia antagonista. Desde que Nietzsche utilizara los acordes ‘africanos’ de la Carmen de Bizet o los tangos de la Gran Vía de Chueca y Valverde en sus arrebatos contra Wagner, estos dos mundos se muestran en oposición. Los hombres puros de las tierras altas bajan a la ciudad corrupta y se degeneran en lupanares, casas de juego y refugios de delincuentes, precisamente ahí, en el mundo del lumpen donde apareció el flamenco. Es en esa capa freática de los de abajo donde Israel Galván ha encontrado los índices musicales que apuntalan su obra: en la canción Hitler in my heart en la que Antony and the Johnsons recurren a la malagueña, al ritmo del fandango; en el sonsonete de Los Piconeros que Imperio Argentina interpreta en la película alemana Andalusische Nächte y que Man Ray utiliza para ensalzar el deseo sexual en la sonorización de L’Étoile de Mer; en el tango Plegaria de Eduardo Bianco, llamado también Tango de la Muerte, que habían popularizado las bandas de violinistas gitanos, es tocada por un grupo de judíos en el campo de concentración de Janowska para marcar el ritmo y dar pie al poema Todesfuge de Paul Celan: “la muerte es un maestro venido de Alemania”.


ISRael Galván, de alguna manera, ha girado su cuerpo hacía un espacio más realista, no sólo por la veracidad de la historia, si no porque en la depuración de su trabajo lo simbólico y lo imaginario deja entrever, cada vez más, algunos pasos de eso, inexpresable, que es lo real.
No se trata de un argumento ex nihilo, el Oratorio que Teatro Estudio Lebrijano presentó en Nancy en 1971 o la colaboración de Mario Maya –maestro de Israel Galván- en el Canta gitano de Tony Gatlif, son algunas pruebas de esto.
 El testimonio de uno de estos gitanos, superviviente de Auschwitz, ante la redada en la que lo cazaron los nazis, es significativa del punto de vista que aquí se trata: “no había sorpresa, en nuestra memoria siempre nos habían detenido; en la paz y en la guerra; deportados, encerrados en campos de concentración, a muchos nos habían asesinados”.


ISRael Galván sigue trabajando con el montaje, con las cualidades sinestésicas del montaje cinematográfico. El flamenco, más que por mezcla o por fusión, se ha construido por montaje, sumando distintos elementos que, a la vez, mantienen su propia forma prístina. Chicuelo o Tomás de Perrate, músicos de Sistema Tango o del combo contemporáneo Proyecto Lorca, Bobote y su grupo de gitanos de las Tres Mil Viviendas, Belen Maya o Isabel Bayón –lo que completa la imaginación: Maya-Galván-Bayón, ¡poder verlos juntos, en acción!-;  todos funcionan acentuando el relato, no sólo con su música o su baile, también con su presencia: en esta representación los cuerpos son muy importantes… Y el piano, un lastimoso piano rescatado del viejo almacén de un trapero. Ver bailar a este objeto inerte, escuchar su respiración, observar cómo se mueve o se esconde agazapado en el campo.
ISRael Galván, además, esta evocando, mostrándonos por última vez, unos cuerpos que irrevocablemente hemos perdido para siempre. El marco extremo que la barbarie nazi ha marcado para nuestro tiempo es irreversible. El nuevo cuerpo biopolítico que emerge, para bien o para mal, está marcado por esa eugenesia, y nuestra anatomía es ya parte de la administración, del consumo capitalista, de la sociedad de la información. Por el camino se perdieron otros cuerpos, cuerpos tanatopolíticos, clasificados para la muerte. Cómo los judíos o los locos, el cuerpo de los gitanos ha sido aislado e identificado en pos de su desaparición. La gestualidad que despliega Israel Galván quiere recuperar esos restos: una pierna tensa hundiéndose en la tierra o el polvo sacudido bajo el temblor de los pies; esa física perdida vuelve a presentarse ante nuestros ojos. Quizás, una de las emociones que continua deparándonos el flamenco es esa, aún perviven en su hacer gestos y actitudes que ya dábamos por desaparecidas.

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